La capacidad humana para pensar tiene un carácter secundario y no debe ser entendida como aquello que define nuestro ser. Descubrimos el mundo a través del ser-en-el-mundo, es decir, de la existencia en sí misma; la cognición es tan sólo un reflejo de ésta, y por tanto también lo son la reflexión y otros procesos similares.
La existencia no depende de la voluntad, sino que somos “arrojados” al mundo y sabemos que es inevitable que nuestra vida termine. La aceptación de estos hechos, así como la comprensión de que somos una parte más del mundo, permite dar sentido a la vida, el proyecto del ser-en-el-mundo.
El estudio de los entes (el plano óntico), el estudio de los seres (el plano ontológico) se trata de un concepto indefinible. Nuestras definiciones remiten a los entes, no tenemos un lenguaje específico para hablar del Ser. La universalidad del Ser, su imposibilidad de ser definido.
Heidegger
El ser-trascendente es una temática compleja de la naturaleza humana. La búsqueda de la trascendencia, es una necesidad natural del ser humano consciente en dejar un legado o unas huellas a ser seguidas. El hombre sabe que es un ser finito en lo biológico, sin embargo, busca el ser trascendente. Su vida personal y ecosocial, busca su perfeccionamiento trascendente a través de su conciencia, de su dignidad y de su libertad para lograr superar así, la finitud de su ser y de su existencia terrena. La vía más natural, se realiza a través de la procreación así como, el sentirse protagonista de una historia y la construcción biográfica de su porvenir en momentos y contextos determinados.
Schmidt, Ludwig
La tendencia humana por excelencia: desear ser otro. La perpetua disconformidad humana: “el césped del vecino siempre parece más verde”. Alguien que está absolutamente satisfecho con su existencia es alguien profundamente estúpido o es, simplemente, un héroe.
Ulises al descender al inframundo está feliz y orgulloso de encontrar al más grande de los héroes de su “generación”, su entrañable amigo Aquiles. Viene a decirle justamente eso, que es el más grande. Le da fe de su gloria, de su fama, de su trascendencia y de su figura ejemplarizante para su pueblo. Pero Aquiles visiblemente inconforme desecha esas palabras de consuelo y dice que preferiría estar vivo y ser un indigente a ser el más grande entre los muertos. Ulises tiene la suerte de recibir ese mensaje en vida. Resulta que en la muerte, la heroicidad es menos apreciada que la vida. Y lo dice el más reconocido de los héroes. Porque en la vida se ha vendido la heroicidad como el camino más honorable a la inmortalidad, a la trascendencia.
El héroe muerto, una vez que ha conocido el “más allá”, prefiere la vida anónima y pobre de un indigente.
Así, se ha desarrollado durante milenios el discurso de la muerte como valor en sí mismo, cuando se escuda en una buena causa. El problema es que las buenas causas, la mayoría de las veces, se oponen entre sí, son relativas y parcializadas. Una buena causa para un gitano, no es lo mismo que una buena causa para un judío. Una buena causa para un oprimido no es lo mismo que una buena causa para un opresor.
Un héroe es alguien que quiere la trascendencia cuanto antes. Es decir, es alguien que desea morir. Con honores, con fama, con reconocimiento, como figura ejemplarizante, pero es alguien que desprecia la vida, porque ama la muerte y está, de una vez, entregado a ella. La vida no ha terminado de macerarse en esa alma, no ha terminado de tomar forma, parsimonia, vitalidad serena y por eso puede entregarse tan alocadamente al riesgo y a la muerte, porque no ha aprendido a armonizar con la serenidad de la existencia.
Un héroe es un irresponsable con las labores cotidianas, familiares, afectivas. Porque cree que su responsabilidad es superior y va más allá. Cree que su compromiso es con unos ideales, con unos valores, con una patria, con unos fines supremos que siempre están por encima del cotidiano vivir. Cuando en realidad suele ser mal padre, mal esposo, mal vecino, mal ciudadano, mal compañero. La ambición de grandeza y trascendencia es muestra de esa inmadurez.
La locura de don Quijote consiste en el desarrollo de ese complejo: perder la razón en favor de fama y trascendencia. Cada quien elige la locura que le convenga o que más le agrade, por así decir. Pero el verdadero peligro lo representan los promotores e impulsores de la heroicidad. Los que alientan a otros a convertirse en héroes, y los instrumentalizan vilmente porque necesitan “ejecutores” de sus proyectos, ideas o doctrinas.
Simón Bolívar, por ejemplo, está lleno de epítetos, de grandilocuencia, de trascendencia. Venezuela ha sido adoctrinada en ese culto desde el siglo XIX. Una figura gigantesca, luminosa, omnipresente. Pero en realidad es una vida que ha sido editada (como cualquier otra vida) y adulterada en función de un mito que está, además, plagado de oscuridades vergonzosas. Tuvo episodios y decisiones escandalosamente crueles en su devenir vital.
Juan Pablo Gómez
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