Paul Tabori, Algunos apuntes de su obra.
Nació: May 8, 1908, Budapest, Hungary
Murió: November 9, 1974, London, United Kingdom
Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere.
La estupidez es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia, su lujo más costoso.
Algunos psicólogos creen todavía que la estupidez puede ser congénita. Este error bastante torpe proviene de confundir al instrumento con la persona que lo utiliza. No es la boca del hombre la que come; es el hombre que come con su boca. No camina la pierna; el hombre usa la pierna para moverse. El cerebro no piensa; se piensa con el cerebro.
A propósito de la pandemia “Contrástase siempre la estupidez con la sabiduría. El sabio es el que conoce las causas de las cosas. El estúpido las ignora.”
¿Qué es, entonces, un estúpido? “El ser humano”, dice el doctor Feldmann, “a quien la naturaleza ha suministrado órganos sanos, y cuyo instrumento raciocinante carece de defectos, a pesar de lo cual no sabe usarlo correctamente. El defecto reside, por lo tanto, no en el instrumento, sino en su usuario, el ser humano, el ego humano que utiliza y dirige el instrumento.”
Del mismo modo, si un hombre nace con cierto defecto cerebral, ello no lo convierte necesariamente en idiota; su obligada idiotez proviene de la imperfección de su mente. Esto nada tiene que ver con la estupidez; pues un hombre cuyo cerebro sea perfecto puede, a pesar de todo, ser estúpido;
“Estúpido no es el hombre que no comprende algo, sino el que lo comprende bastante bien, y sin embargo procede como si no entendiera.”
Existen individuos en quienes el instinto y el pensamiento están totalmente fusionados; en tal caso nos hallamos frente a un genio, un ser humano capaz de expresar cabalmente sus cualidades humanas.
Una persona ignorante, no es ignorante por no saber algo, sino, por creer que sabe todo. Por eso Albert Einstein no aceptó la presidencia de Israel en 1952 sabía perfectamente que su clase de inteligencia y sus habilidades no eran suficientes para dirigir un país.
Toda actividad humana es autoexpresión. Nadie puede dar lo que no lleva en sí mismo. Cuando hablamos, o escribimos, o caminamos, o comemos, o amamos, estamos expresándonos. Y este yo que expresamos no es otra cosa que la vida instintiva, con sus dos fecundas válvulas de escape: el instinto de poder y el instinto sexual.
El prejuicio constituye ciertamente una de las formas más notables de la estupidez.
“A pesar de su universalidad, rara vez o nunca es innato el prejuicio racial. No nace con el individuo. Los niños blancos, por ejemplo, no demuestran prejuicios contra los de color, o contra las niñeras negras, hasta que los adultos se encargan de influirlos en ese sentido.”
El hombre de prejuicios podrá negarse a vivir entre irlandeses o japoneses; el intolerante negará que los irlandeses o los japoneses tengan siquiera derecho a vivir.
El prejuicio es un motivo; la intolerancia es una fuerza propulsora.
Pero no es barata simplificación afirmar que las diversas formas de la estupidez han costado a la humanidad más que todas las guerras, pestes y revoluciones.
Aunque, a decir verdad, la estupidez duele… sólo que rara vez le duele al estúpido.
Grande es nuestra sorpresa cuando caemos en la cuenta de que personas que habíamos considerado racionales e inteligentes se revelan como irremediablemente estúpidas.
Todo ser humano queda enclavado en una de estas cuatro categorías:
INTELIGENTES: benefician a los demás y a sí mismos.
INCAUTOS o desgraciados: benefician a los demás y se perjudican a sí mismos.
ESTÚPIDOS: perjudican a los demás y a sí mismos.
MALVADOS o bandidos: perjudican a los demás y se benefician a sí mismos.
El mito de Narciso. El estúpido está enamorado de sí mismo e ignora todo lo demás. Incluso lo desprecia con autosuficiencia.
El estúpido padece egoísmo intelectual. El estúpido es tosco y aun así fanfarrón. Niega la complejidad y difunde su simplicidad de forma dogmática. Opina sobre todo como si estuviese en posesión de la verdad absoluta. Es un ciego que se cree clarividente.
De ahí la palabra mentecato, privado de mente. Estúpido es el que sólo tiene en cuenta un punto de vista: el suyo.
La cruzada contra la estupidez está perdida de antemano. Decía Albert Camus en La peste que “la estupidez siempre insiste”.
La navaja de Hanlon o principio de Hanlon dice así: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez» Es que en nuestras relaciones sociales pasa muchas veces que tenemos conflictos con los demás, y a veces importantes, por motivos que muchas veces son tan solo malentendidos. Y es que muchas veces atribuimos a los gestos, comentarios o acciones de los demás una mala intención cuando en realidad no la hay, y lo que hay en la mayoría de las ocasiones es simplemente una falta de habilidad o un no saber hacer las cosas mejor.
La “teoría de la estupidez” de Bonhoeffer
El mal es fácil de identificar y combatir; la estupidez no lo es.
Como ovejas en un campo, las personas estúpidas pueden ser guiadas, dirigidas y manipuladas para hacer cualquier cantidad de cosas, incluidas las órdenes de personas malvadas.
“Debatir con un idiota es como intentar jugar al ajedrez con una paloma: derriba las piezas, se caga en el tablero y vuela de regreso a su bandada para reclamar la victoria”.
La persona estúpida está satisfecha de si misma, y al irritarse fácilmente, se vuelve peligrosa al lanzarse al ataque.
Hay personas que son ágiles intelectualmente pero estúpidos, y otros que son intelectualmente aburridos pero todo menos estúpidos.
La impresión que se tiene no es tanto que la estupidez sea un defecto congénito, sino que en ciertas circunstancias las personas se vuelven estúpidas o, mejor dicho permiten que esto les suceda.
Las personas que viven soledad manifiestan este defecto con menos frecuencia que los individuos en grupo. Así parecería que la estupidez es menos un problema psicológico que sociológico.
Al conversar con él, uno siente virtualmente que no está tratando en absoluto con la persona, sino con eslóganes, consignas y cosas por el estilo que se han apoderado de él.
Está bajo un hechizo, cegado, maltratado y abusado en su propio ser.
Tomado de Sprouts Español
El argumento de Bonhoeffer es que cuanto más alguien se convierte en parte del establecimiento, menos individuo se vuelve. Un forastero carismático y emocionante, lleno de inteligencia y políticas sensatas, se vuelve imbécil en el momento en que asume el cargo. Es como si “lemas, consignas y cosas por el estilo… se hubieran apoderado de él. Está bajo un hechizo, cegado, maltratado y abusado en su propio ser”.
El poder convierte a las personas en autómatas. Los pensadores inteligentes y críticos ahora tienen un guión para leer. Usarán sus sonrisas en lugar de sus cerebros. Cuando las personas se unen a un partido político, parece que la mayoría elige seguir su ejemplo en lugar de pensar las cosas detenidamente. El poder drena la inteligencia de una persona, dejándola como un maniquí animado.
Dietrich Bonhoeffer: Born, February 4, 1906, Wrocław, Poland; Died, April 9, 1945, Flossenbürg concentration camp, Germany
El teólogo y pastor que se enfrentó a Hitler
Pasó dos años en prisión, escribiendo mucho, pastoreando a otros presos y reflexionando sobre el significado de su fe.
A medida que transcurrieron los meses, comenzó a esbozar una nueva teología, que enmarcaba líneas enigmáticas inspiradas por sus reflexiones sobre la naturaleza de la acción cristiana en la historia.
Eventualmente, Bonhoeffer fue transferido de Tegel a Buchenwald y luego al campo de exterminio en Flossenbürg.
El 9 de abril de 1945, un mes antes de que Alemania se rindiera, fue ahorcado con otros seis miembros de la resistencia.
Una década más tarde, un médico del campo que presenció el ahorcamiento de Bonhoeffer habló sobre su experiencia:
“Los prisioneros fueron sacados de sus celdas, y se les leyeron los veredictos del consejo de guerra. A través de la puerta entreabierta en una habitación, vi que el pastor Bonhoeffer, antes de quitarse la ropa de la prisión, se arrodilló en el suelo orando fervientemente a su Dios. Me conmovió profundamente la forma en que oró este adorable hombre, tan devoto y tan seguro de que Dios escuchó su oración. Volvió a decir una oración y luego subió los escalones hacia la horca, valiente y sereno. En los casi 50 años que he trabajado como médico, nunca he visto morir a un hombre tan completamente sumiso a la voluntad de Dios”.